México vive este domingo una jornada electoral crucial y a la vez desmoralizante. No pude convencerme de votar por ninguno de los candidatos, aunque comprendo por qué va a ganar el que va a ganar y decidí compartir mi reflexión al respecto.
Sí, México va a elegir este domingo a Andrés Manuel López Obrador cómo el siguiente presidente de la República. De los tres candidatos con posibilidades, tengo pocas dudas de qué es el menos preparado y lo mejor que espero de él es que sea un presidente mediocre.
No creo, sin embargo, que convierta a México en Venezuela ni que nos lleve a la ruina que sus detractores tanto se esmeran en pronosticar. Simplemente no veo en él las cualidades que me permitan confiar en que sea un buen presidente.
Sus políticas económicas mirando hacia el pasado, sus muy cuestionables alianzas con varios de los sectores más oscuros de la política mexicana, su abrazo a la derecha más peligrosa en temas sociales y muchos aspectos más me dan pocas razones para la ilusión.
El problema está en que no encuentro en sus rivales una alternativa mejor por la que México pueda entusiasmarse y eso me hace entender que haya tantos votantes dispuestos a darle una oportunidad a López Obrador.
José Antonio Meade no tiene chance. Punto. Por más que su campaña y aparato de medios afines juren que está cerquita en las preferencias, toda encuesta seria deja claro que está lejísimos de tener opciones reales de victoria. Y así debe ser.
El PRI recibió una segunda oportunidad y se esmeró en no merecer otra nunca más. “Son corruptos, pero al menos saben gobernar”, es una frase que muchos mexicanos hemos escuchado de un amigo o familiar. En su regreso sólo recordaron la corrupción y de la eficacia ni sus luces.
Aún queda alguno que otro tonto que cree que el dinosaurio es la mejor opción. Y unos cuantos más no tan tontos que defienden el hueso que ven peligrar. Muchos seguramente saltarán a otro barco en cuanto se certifique la segunda defunción del cadáver que nunca debió resucitar.
Luego está Ricardo Anaya, un hombre con buena preparación, moderado dentro del conservadurismo del PAN y con un perfil que pudo llegar a ser atractivo para una candidatura de consenso dentro de la realidad mexicana. Pero le ganaron las ansias.
Sabemos que tiene una gran capacidad para eliminar adversarios dentro de su propio partido. Fue también hábil para atraer a lo que queda del PRD y a los naranjas sin que esto hiciera peligrar su propia candidatura. Ganó el primer debate. Prometía.
Pero éste es un combate a 12 rounds y su impulso inicial se vino abajo con todos los golpes que no vio venir y su desvanecimiento en los dos debates finales. Le faltaron tablas y aliados, le sobraron enemigos. No estaba listo para la campaña, no está listo para ser presidente.
Son los lastres que arrastran tanto Meade como Anaya y sus propios partidos los que han servido esta elección en bandeja de plata al casi seguro ganador. La única respuesta contra AMLO ha sido insistir en tenerle miedo a AMLO.
Y quizá deberíamos tenerle miedo, pero resulta difícil no pensar en tenerle tanto o más miedo a los otros dos. Porque mientras López Obrador quizá no debería gobernar, ya sabemos que los otros dos no deben gobernar.
Fueron 71 años de partido único y ya 18 desde que, al menos en teoría, México es una democracia. Por décadas el PRI justificó su corrupción y en aquello que hizo bien, cual marido golpeador que justifica sus maltratos en ser quien sostiene el hogar.
Gobernó el PAN y pocas cosas -algunas sí, pero insuficientes- cambiaron para bien. Ni Vicente Fox ni Felipe Calderón se atrevieron o no supieron cómo acabar con el sistema que les heredó el dinosaurio. Se encontraron demasiado cómodos en el mismo. El cambio llegó, pero no llegó.
Por eso volvió el PRI y muchas cosas fueron a peor. Gobernadores sirviéndose a manos llenas, colusión con el narcotráfico, un presidente cuyas reformas no funcionaron e inepto ante los factores externos. Seguimos preguntándonos en qué pensaba Enrique Peña Nieto cuando invitó a Donald Trump a Los Pinos.
¿Cómo culpar a quien quiere probar otra alternativa? Con todas las dudas, incongruencias y silencios que pueda tener esa opción, ¿cómo no querer aspirar a algo más? ¿Cómo no vamos a abandonar al marido golpeador por simple miedo a encontrarnos otro patán?
No sé si lo hará bien. No creo que lo hará bien. Pero López Obrador va a ganar porque el resto de la clase política mexicana lleva demasiado tiempo haciéndonos perder.